ENDIABLADOS
El periodista italiano Ricardo Orizio encaró durante años un proyecto original: entrevistar a dictadores caídos en desgracia. Destituidos, derrocados, lejos de sus tiempos esplendorosos, constituían un interesante tema desde el punto de vista periodístico-editorial.
Los africanos Amin (Uganda), Bokassa (África Central) y Mengistu (Etiopía), los europeos Jaruzelki (Polonia), Hoxha (Albania) y Mirosevic (Yugoslavia) y el centroamericano Duvalier (Haití) son retratados en el libro Hablando con el diablo mediante textos que entremezclan el reportaje, la entrevista, la crónica y la investigación periodística de manera ágil.
Luego de peregrinar por diferentes ciudades, países y continentes, el autor logró su cometido en algunos casos y tuvo resultados infructuosos en otros. El libro no es simplemente un esquema de pregunta respuesta. Antes bien es un pequeño manual de historia donde las versiones que los diablos intentan reflejar son contrapuestas a las historias oficiales y periodísticas de la época sobre el asunto en cuestión. Orizio incluye también comentarios y percepciones de actores secundarios (sobrevivientes, allegados, personajes anónimos) para construir de manera coral pequeños bosquejos, perfiles de los dictadores que alguna vez rigieron los destinos de naciones enteras.
Cada uno de los depuestos cuenta con antecedentes terribles en su haber. Amin, célebre por la película El último rey de Escocia que recorría su vida, dejó tras su paso por el poder de Uganda la impresionante cifra de 300 mil muertos. Y excentricidades como enviar un telegrama a la reina de Inglaterra en la que le manifiesta algunos deseos: “Me gustaría además que me organizaran un viaje por Escocia, Gales e Irlanda para entrevistarme con los jefes de los movimientos revolucionarios que están luchando contra vuestra opresión imperialista”. Bokassa compite en excentricidades pues asegura que el Papa Pablo VI lo nombró en secreto el "apóstol decimotercero de la Santa Madre Iglesia".De cualquier manera, más allá de toques pintorescos y locuras llevadas a cabo, la mano de hierro con la que gobernaron sus respectivos países, la desaparición de opositores, el terrorismo de estado que practicaron y la soltura con la que justifican sus acciones es escalofriante. Simo Zaric, un criminal de guerra por su actuación en los Balcanes afirma que allí “ocurrieron cosas que ni siquiera ocurren en las guerras de África” aunque luego intente justificar su actuación en el conflicto y sea desmentido por su propia esposa.
Los datos revelados, las cifras incluidas en los distintos informes desmienten las versiones que los dictadores intentan demostrar. A Orizio no se le escapa la falta de justicia en la mayoría de los casos retratados en Hablando con el diablo (Mirosevic está encarcelado en La Haya, Jaruzelzki tiene un proceso abierto en su propio país, la viuda de Hoxha está en prisión pero el resto se encuentra libre) y la ayuda brindada por las potencias imperialistas a los depuestos para que escapen de su destino de reclusos. Aunque sean paladines de la democracia y los derechos humanos, no tuvieron inconvenientes para proteger a sus ex aliados.
La conclusión de Orizio es certera y absolutamente desalentadora: “a largo plazo, un dictador depuesto no es necesariamente un dictador caido en desgracia”. Porque los gobiernos posteriores a ellos no mejoraron las condiciones de vida de sus pueblos (y en muchos casos empeoraron, aunque esto parezca casi imposible), porque repitieron errores y manejos oscuros (corrupción, ataques a la oposición) y así ayudaron a mejorar la percepción de aquellos. Hasta el momento no volvieron pero nada impide que puedan hacerlo en el futuro bajo ese contexto.
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