(Publicado en Recis!)
Asistir a un recital de Los Cocineros implica estar predispuesto a disfrutar de una verdadera mezcolanza de boleros, tangos, pasodobles, ritmos populares; en sus letras abundan los amores trágicos y el humor se impone como particular sello distintivo en la banda. Transitando al borde lo kitsch, manejando un sutil equilibrio que les permite incorporar elementos teatrales, jugando con los límites del ridículo, la receta del grupo deja satisfecho al espectador.
No es casualidad que en la previa de su presentación desde los paralantes se mezclen The Clash y El Gran Silencio, Bob Marley y extrañas versiones cumbia de Vuela, vuela (aquel cuya versión en castellano popularizaran Los Fantasmas del Caribe). Tampoco resulta extraño que el público que vino esta noche a verlos se componga de grupitos más bien numerosos que se conocen bastante entre sí. Vienen a divertirse a gran escala sabiendo qué se puede esperar de Los Cocineros y sus sabores musicales.
"El show es más que la presentación del disco" aclara Mara Santucho, su vocalista, cerca de las tres y media de la mañana. En los últimos meses los cordobeses nos acostumbramos a ver el nombre de la banda con inusual frecuencia en la cartelera local. Y quizás por esa situación, sus palabras vienen a poner en claro que no se trata de una fecha cualquiera para su grupo. Además de servir como presentación más o menos formal de Diente Libre (séptimo opus, todo un récord por la zona), el show del sábado pasado en Casa Babylon es la despedida del público para emprender su tercera gira por Brasil durante el próximo mes.
El primer tramo del set se compone de canciones del último álbum como Nunca podré mirarte, Rumba de las costureras y la baladita El amor es perfecto. Se percibe la ausencia de Sol Pereyra (quien se encuentra momentáneamente en México) pero el oficio de los cinco músicos restantes alcanza para diluir y matizar esa carencia. Comienzan a intercalarse algunas canciones más viejas como Cabeza de edificio, Amor de músico y Ranchera del té con otras más recientes como la cumbia Remolinos o la despechada Por unos ojazos negros. El festejo mayor se lo lleva la celebrada versión de Quizás, quizás.
Su my space indica que el estilo cocinero es la "canción popular melodramática" y pocas veces una etiqueta resulta tan adecuada. Cuando la banda interpreta Tonta, pobre tonta ante la complicidad de su gente, la declaración cibernética se vuelve todavía más ajustada. "El que no vio a Andrea Del Boca no tiene pasado" aseguran desde el escenario.
En los bises llegan sus mini clásicos: El arte culinario de amarte (con aires de cuarteto), Mami, Fumando espero y Soy rebelde que dejan a casi todos satisfechos. A los pocos reclamos que piden temas viejos que no forman parte del repertorio previsto, Mara retruca "acepten los que vamos a hacer porque no hay otra". Es una auténtica demostración de actitud para defender las canciones elegidas para su presentación/despedida. Poco importa en este caso que sean de su autoría o se trate de composiciones ajenas que adapataron a su particular estilo musical. Suenan como propias y se saborean arriba y abajo del escenario.
Aclaración pertienente: Tras varios días sin acceso a Blogger y problemas con el editor de textos, ésta es la reseña que debió ser publicada el domingo. Y excepcionalmente aparece sin imágenes.
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