martes, 5 de enero de 2010

DEMASIADO EGO (CERO AUTOCRÍTICA)


Un par de horas me alcanzaron para leer completo Cosquín Rock de José Palazzo con producción de Javier Pintos. En rigor, se trata de una obra cercana al libro objeto porque conjuga la historia oficial del festival con pequeñas anécdotas surgidas en su radio de acción y un arsenal de fotos documentales asociadas al mismo. Por lo tanto, no se necesita disponer de mucho tiempo para finalizar las 320 páginas que lo componen.
Desde mi punto de vista, lo mejor radica en la seleccion fotográfica trabajada en estricto blanco y negro (a excepción de las solapas). Está compuesta por tomas de Nueva Tribu junto a unos cuantos aportes de Aníbal Mangoni y gentilezas del diario La Voz del Interior y del grupo Los Piojos. El archivo se pasea por performances en directo, detrás de escena, imágenes del público en distintas etapas y reproducciones de contratos o requerimientos de algunas bandas que participaron del festival.
La sucesión de anécdotas explicitadas en Cosquin Rock entrelazan hechos conocidos (la rotura de ligamentos de Andrés Ciro sobre el escenario, la sucesión de imprevistos cuando Charly García tocaba gratis en el predio de San Roque) con otros menos difundidos (Pappo en jogging y sin remera presentándose ante las autoridades municipales cuando el festival todavía se hacía en la ciudad serrana, por ejemplo).
Hasta allí se podría mantener cierta mirada benevolente sobre el resultado final. No obstante, esa visión se cae a pedazos si nos centramos exclusivamente en la historia oficial que plantea Palazzo respecto del festival y sus diferentes ediciones. Nadie, ni siquiera quien se mantenga alejado del circuito de shows, desconoce los riesgos que implica la producción de un evento de semejantes características. Es evidente que Cosquin Rock funciona como antecedente indispensable para la realización del Pepsi Music o Quilmes Rock que aparecieron luego, cuando ya se había probado el potencial de este tipo de eventos.
De todos modos, el lector no podrá dejar de sorprenderse ante el relato del autor. Porque prácticamente no hay grises en la narración. Los méritos, los aciertos, las jugadas maestras en cuanto a marketing le corresponden únicamente a Palazzo. En cambio, los errores garrafales, las
agachadas y la ausencia de visión pertenecen al resto. Se trate de su ex socio Perro Emaides, de Divididos o Dos Minutos, el análisis y la explicación redundarán en la mezquindad de aquellos frente a la adecuada lectura del titular de Nueva Tribu.
¿Un ejemplo? La caótica edición 2004 (última en la Plaza Próspero Molina) que evidenció problemas organizativos de toda índole. El meadero en que se convirtieron los alrededores del predio, los evidentes inconvenientes con el sonido y hasta el desenlace con incidentes tras el fallido show de Charly tienen como causante directo al Perro. Si alguna cuota de responsabilidad le cabe a Palazzo es su confianza en el socio. Esta descripción no es antojadiza ni casual: en todas las páginas del libro reina la misma lógica. En otros casos va más allá y acusa de traición al ex manager de Bersuit y desliza conversaciones imposibles de corroborar con el fallecido Jorge Guinzburg.
Quizás alertado por sus colaboradores acerca de lo escasamente veraz del relato, el autor ensaya unas mínimas autocríticas que no parecen suficientes. Obviamente se trata de la historia oficial en la particular mirada de su gran artífice pero ese lugar desde el cual se narran los vericuetos y entretelones del festival debiera tener explicaciones no tan complacientes para consigo mismo.

3 comentarios:

Ezequiel dijo...

¿La edición del desastre de Charly no fue en 2004? La de 2003, hasta donde me acuerdo, terminó bien, con un show bárbaro de García después de uno muy bueno de Fito.

Facundo Miño dijo...

Sí, tenés razón. Es la de 2004. Ahora lo corrijo. Como el relato cuenta cosas de sponsors y a veces pasa de un año a otro, metí la pata. Y me hago cargo (?)

Facundo Miño dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.